こんにちは queridos lectores.
Habréis notado que ayer no hubo post, debido sobre todo a motivos fisiológicos. Más de 20.000 pasos, unos 15Km andados y unas 16 horas largas de turismo bajo un sol de justicia me dejaron de vuelta en el hotel hecho una piltrafa. Con pocas ganas de contar aventuras, la verdad. En realidad llevo un par de días dándole vueltas a la cabeza el enfoque general de lo que me gustaría contar aquí. ¿Alguien está de verdad interesado en si hemos visto un monumento o un templo? Pues no se hable más. Hoy va a ser un relato costumbrista, que va a dar mucha más vidilla.
Nuestro hotel (que está a partir del piso 18 de una torre de 58) está en un barrio muy famoso de Tokyo que se llama Shinjuku. ¿Os acordáis de Lost in Translation, la célebre película de Sofia Coppola con Scarlett Johansson y Bill Murray? ¿Cuándo se van de marcha por garitos de copas extraños y discotecas esquizofrénicas? Ese es nuestro barrio. Imagínate la Gran Vía de Madrid, la plaza de Callao y la calle Preciados en Navidades. Pues así todos los días y a todas horas. Y a lo bestia. Como un Times Square de Nueva York que ocupara 20 manzanas. Por la noche es un sitio extraordinario: Enormes pantallas de vídeo iluminan (y atronan) la calle como si fuera de día, hay un ambiente de marcha canalla maravilloso. No sólo de grandes locales (enfrente del hotel hay un cine que tiene un Godzilla en la azotea de tamaño natural), sino también de innumerables garitos pequeños de tentador aspecto peligroso y cartel ininiteligible. Ciertamente la cosa ha cambiado mucho desde que estuvimos aquí hace 14 años, por entonces gran parte de los carteles del transporte público o los letreros de la calle no estaban traducidos, ahora es mucho más fácil moverse por la ciudad. Aún así hay muchas cosas que no podemos leeer. Te encuentras carteles con letras (¿palabras? ¿frases? ¿ideogramas?) que parecen un código QR, te dan ganas de escanearlo a ver qué es…

Aparte de la fama del barrio, otra de las razones para elegirlo fue la buena comunicación. Estamos muy cerca de la estación de Shinjuku, que comunica la zona con el resto de la ciudad. Bueno, la ciudad y el resto del universo, porque el tamaño que tiene es un auténtico despropósito. Sólo para dar una idea de las dimensiones, hay más de un centenar de salidas. Ciento y pico. Y no hay puñetera manera de encontrar ninguna cuando volvemos de pasar el día por ahí. Es como un escape room gigante del tamaño de Segovia, llega a ser desesperante. Está todo perfectamente señalizado (en Japonés, Chino, Coreano e Inglés) y aún así ha habido veces de tirarnos un buen rato dando vueltas con cara de Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí. Y acabar saliendo por el primer sitio disponible para encontrarnos en el otro extremo de la ciudad. Tardas menos en el trayecto en metro que en salir de la estación. Lástima que google maps no funcione ahí dentro, pero tampoco es de extrañar: No funciona en los laberintos sin salida…

Ya sabéis que una de las cosas que mas nos gustan de los viajes es la comida, podría decirse que somos en realidad turistas gastronómicos que entre comida y comida visitan algún monumento para ayudar a hacer la digestión. Lo de aquí es una cosa tremenda, como os podéis imaginar, así que os voy a hacer un resumen. Ayer, en un barrio de tiendas pijas que se llama Ginza nos metimos casi sin querer en un restaurante que se anunciaba en la calle, pero que estaba en un cuarto piso. Esto es muy habitual aquí, conviene no fijarse sólo en los locales a pie de calle, sino mirar hacia arriba porque con frecuencia los mejores sitios están en los pisos superiores, ya que por razones obvias necesitan ser mejores que sus vecinos de abajo, mucho más fáciles de encontrar. El sitio en cuestión se anunciaba como un restaurante de Shabu-Shabu, que debía ser de las pocas cosas que nos quedaban por probar de la gastronomía japonesa. El caso es que al salir del (minúsculo) ascensor nos encontramos con unas taquillas en las que hay que dejar las zapatillas, porque se entra al local descalzo. Nos acompañan por un pasillo con suelo de madera flanqueado por reservados de puertas deslizantes hasta el nuestro, que está hundido más abajo del suelo para poder sentarte. Encantados con lo pintoresco del local, y después de entendernos más o menos bien con la camarera (vestida de geisha) nos traen un par de bandejas de carne cruda de suculento aspecto y una jarra de caldo para cocerla, junto con gran variedad de verduras y setas, en un bol en el centro de la mesa. Se echa todo en el caldo hirviendo y se va cociendo la carne al gusto para mojarla en salsas de origen desconocido. Buenísimo.

Pues hoy, ya puestos, nos hemos ido a comer al primer restaurante de ramen con estrella michelín. Sí, nosotros los foodies somos así. Un local pequeñito, alejado de las zonas turísticas, muy bien puesto y con una calidad notable. Una maravilla, la verdad, y ni siquiera es caro. De hecho tienes que hacer el pedido en una máquina de la entrada, y pagar ahí mismo (con tarjeta o en metálico) que es algo que, el primer día que llegas a Japón te echa un poco para atrás pero que en cuanto le coges el tranquillo ves que son todo ventajas: Haces el pedido en la máquina, pagas, y ya te llevan la comida a la mesa sin necesidad de interactuar nada más. Los informáticos lo somos porque se nos da bien trabajar con máquinas, no se nos da bien trabajar con personas…

Para cenar, después de las dos o tres pintas de cerveza en nuestro pub de cabecera, nos hemos acercado a un sitio muy pintoresco conocido por el evocador nombre del callejón de los recuerdos, que en Internet aparecía con un aspecto de barrio superviviente a la guerra con tabernillas del tamaño de un pasillo enano para comer yakitoris, unos pinchitos de carne a la parrilla muy típicos. El sitio era igual que en las fotos, un callejón estrecho lleno de humo con locales a los lados de no más de un par de metros de ancho llenos de gente comiendo. Muy auténtico todo, pero eso sí: No había ni un japonés cenando allí. Todo turistas, incluídos una gran cantidad de españoles. Aun así ha sido divertidísimo.

Bueno, poco más por hoy. Mañana es nuestro ultimo día en Tokyo (aparte del que tendremos antes del viaje de vuelta), a ver a qué hora conseguimos salir del hotel y qué frikadas se nos ocurre hacer. Seguiremos informando.
Luis y Elena
¡Así sí! Pensaba que nos ibas a relatar templo a templo pero, aunque coma siempre mis mismos menús caseros, disfruto muchísimo estas reseñas gastronómicas de maravillas que no creo que pruebe en mi vida, a menos que abran un shabushabu en baiona o en molino,… aunque en realidad, ¡no superaria la prueba de LA MAQUINA para hacer el pedido! Dicho lo cual, ¡tiene una pintaza!
¡Seguid disfrutando a tope!
besos y abrazos
Pablo Martinez Soria (bueno, Soria no que está muy lejos, mejor Martínez Oia,…)
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Genial relato!!
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