Las llamas de Machu Pichu

Imaynallan, queridos lectores. Como anunciábamos en el anterior post, nos esperan días de gran actividad, enorme desgaste y palizón en general. Empezando por el desastroso traslado desde Lima a Cuzco, del que no voy a dar mas detalles salvo el destacar el hecho que fue el último día del puente de la fiesta nacional aquí. Imaginaos la terminal doméstica del aeropuerto, como si regalaran los billetes de avión. Llegamos a Cuzco (a un hotel precioso, todo hay que decirlo) tardísimo por la noche, sin posibilidad de ver nada y con unas pocas horas de sueño por delante. Y un poco preocupados por el mal de altura. Todas las guías turísticas te aconsejan pasarte al menos un par de días en Cuzco para aclimatarte a la altura (3400m) antes de hacer ninguna excursión, que la gente se pone malísima con esto. Nosotros hasta ahora no hemos tenido el menor problema, si acaso un poco de fatiga subiendo las cuestas (y cuestas, en una ciudad en los Andes, hay muchas y muy empinadas), pero Elena dice que me pasa lo mismo en Bayona que está a nivel del mar, y que no le eche la culpa a la altura y sí a mi lamentable forma física…

Hoy teníamos tour maratoniano, de nada menos que 16 horas estimadas, de visita al famoso Machu Pichu, uno de esos sitios que, si puedes, debes ir a ver antes de que desaparezca bajo la enorme presión turística. Luego entramos en detalles sobre este triste asunto. Nos recogieron a las 6:20 de la mañana (incluso aquí es demasiado temprano) unos chicos que nos llenaron la mano de entradas, tickets y billetes, y la cabeza de explicaciones sobre horarios, estaciones y destinos, y nos llevaron de paseo unos 40 minutos hasta un pueblo cerca de Cuzco que se llama Poroy, a coger el tren hasta Machu Pichu. Uno empieza ahí a preguntarse porqué no podemos coger el tren en el mismo Cuzco, y sobre todo, porqué a la vuelta tenemos que bajarnos en una estación distinta. pero en fin, todo parece hasta este momento perfectamente organizado. No preocuparse de momento, luego mejora. El viaje en tren, eso sí, es un espectáculo increible. El techo del vagón es de cristal para que puedas ver el espectáculo de las montañas de los Andes entre Cuzco y Machu Pichu, es un viaje de unas tres horas y media que hasta se te hace corto. Incluso te van explicando por megafonía los datos interesantes sobre los sitios por los que pasa, para que puedas hacer acopio de información inútil con la que hacerte el enterado en las tertulias con los amigos.

Tres horas y pico mas tarde te desembarcan en un pueblo llamado (evocadoramente) Aguas Calientes, y lo que parece un sitio bucólico de raices coloniales es, en realidad, un centro de distribución industrial de turistas. Según sales de la estación los guías turísticos armados con carteles con apellidos te asaltan a ver si eres tú al que tienen que recoger, mientras otros se limitan a gritar el nombre: «¡FAMILIAAA PELAEEEEZ! FAMILIAAA PELAEEEZ!» entre riadas de gente. Cuando te localizan, te llevan en brazos a la parada del autobús y te van dando instrucciones. Hoy hemos tenido suerte, según la chica que vino a buscarnos, porque no hay demasiada cola para coger el bus de subida. Tienen 25 autobuses que están continuamente subiendo y bajando turistas (Machu Pichu está en lo alto de la montaña), y dependiendo del número de gente, hay mas cola o menos. Hoy es un buen día, y sólo hemos tenido que esperar unos minutillos.

Arriba de la montaña, en la entrada al recinto, lo mismo. Colas enormes de gente, y guías gritando nombres. La nuestra ha resultado ser una chica menudilla, con cara de oriental y un extraño acento, que estaba muy contenta de tener sólo dos personas en el recorrido. Nos ha ido explicando los datos básicos, sin que entendiéramos nada, según subíamos andando hasta lo mas alto del monte (2430m) en las paradas periódicas para recuperar el resuello (como noto lo de la altura, oiga, que manera de jadear), sobre el americano que descubrió Machu Pichu y todas las joyas que se llevó y que hoy en día se pueden ver en un museo americano. Eso hasta que llegas al famoso mirador desde el que se ve la vista de la ciudad que todo el mundo conoce. Y te deja sin aliento, literalmente. Esa pequeña meseta, rodeada de picos inmensos, en la que se adivina perfectamente el dibujo de las calles y las plazas, con un considerable número de edificios intactos, y los muros construidos con piedras enormes encajadas unas con otras con precisión geométrica es una visión inolvidable. Una de esas cosas que hay que hacer mientras uno pueda. Espectacular. Hasta tienen por ahí pastando unas pintorescas llamas que ha puesto el gobierno para, según nuestra guía, decorar aun mas el escenario…

Lamentablemente, el poder disfrutar un poco de sitios así es cada vez mas difícil. No porque sea muy caro o porque no haya plazas, sino porque la masificación turística está llegando a niveles absurdos. Y digo esto siendo perfectamente consciente de que uno forma parte de esa masificación. Aquí hay tramos en los que, literalmente, no se puede andar de la cantidad de gente que hay. Se forman colas para hacerse la foto en los sitios mas vistosos, o tienes que esperar turno solo para asomarte a algún mirador. Es exactamente lo mismo que está pasando en Venecia, Paris o la Alhambra de Granada. Y mala solución tiene. ¿Qué haces, restringes el número de visitas (y de hecho impides así que nadie pueda visitarlo porque las listas de espera serían de muchos años) o subes el precio (y lo conviertes en algo exclusivo)? Yo, francamente, no sé la respuesta. Lo único que sé es que este nivel de sobreexplotación destruirá en pocos años muchos sitios que han aguantado siglos intactos. No sé el nivel de deterioro que pueden soportar los suelos empedrados originales de los incas cuando sobre ellos caminan, diariamente, entre 5000 y 8000 personas. Supongo que en cuanto empiezen a romperse tendrán que restringir esto de alguna manera, porque da un poco de angustia, la verdad. Desde la parte alta de la ciudad miras abajo y parece un concierto…

Bueno, una vez hemos soltado el manifiesto sostenible, sigamos con las aventuras. Después de un momento de angustia viendo la cola de gente esperando para coger el bus de bajada (tiempo estimado de una hora de espera), nuestra extraña guía nos ha colado en el grupo de un compañero suyo, y nos hemos ahorrado bastante tiempo, apenas hemos estado ahi una media horita. Al llegar otra vez al pueblo, tenía yo localizado un sitio para comer (de entre la numerosa oferta turística de un sitio en el que no hay nada auténtico y han convertido todo en un parque temático) llamado El Indio Feliz (bonito, ¿eh?), que ha resultado una agradable sorpresa. Elena ha comido una trucha rebozada (muy sorprendente que la trucha sea unos de los platos nacionales, la ponen en todas partes) que le ha encantado, y yo un trozo de carne de buey (res, como dicen aquí) en brochetas con salsa de vino tinto bastante notable. No hay mucho mas que hacer en Aguas Calientes, jadear cuesta arriba y cuesta abajo viendo tiendas de souvenirs, y poco mas para pasar el par de horas antes de coger el tren de vuelta, en una estación completamente abarrotada. Durante el viaje de vuelta, en el tren hay hasta espectáculo folclórico y pase de modelos (protagonizado por la azafata y el revisor) de prendas típicas de alpaca andina a ver si te pueden vender algo mas.

Y aquí empieza la pequeña odisea de la vuelta al hotel. Los tíos de las agencias juegan con los precios de los billetes para rascar algo mas a lo que cobran por toda la excursión, en base a tarifas que cambian según las estaciones, y en nuestro caso nos hicieron bajar en una que estaba aun a una hora de autobús de Cuzco. Y no solo a nosotros, sino que montan al grupo en distintos trenes (con distintos horarios) y los reagrupan a todos a última hora, llegando al absurdo de tenernos media hora esperando a que llegara el siguiente tren con mas turistas antes de meternos a todos en la furgoneta y reemprender el camino a Cuzco. Y encima, como el autobús es grande y no cabe por las estrechas callejuelas del centro histórico, te dejan dónde mejor les viene y tienes que recorrer andando el tramo final hasta el hotel. A las 10 y pico de la noche, agotados y jadeando por la falta de oxígeno el el aire. Una cosa tremenda, 16 horas de excursión para haber pasado poco mas de un par de horas en Machu Pichu…

De hecho, para cenar, y siendo conscientes de que no íbamos a llegar antes de que cerraran el restaurante del hotel, mientras esperábamos en el aparcamiento de la estación donde habíamos bajado, conseguimos llamar al hotel a pedirles que nos dejaran algo preparado, porque sólo de pensar que despues del palizón que nos habíamos metido íbamos a tener que acostarnos sin cenar, a mi se me llevaban los demonios. El maravilloso personal del restaurante del hotel (Antigua Casona San Blas, muy recomendable) se portó fenomenal, hasta nos dijo que iban a retrasar todo lo posible la cocina para que pudieran llevarnos a la habitación un par de bocadillos de pollo lo mas reciente posible. Da gusto con esta gente, de verdad.

Mañana, sin apenas tiempo para descansar, tenemos otra excursión extrema: El Valle Sagrado de los Incas. Al menos nos recogen a una hora un poco mas humana, las 7 y media, y han prometido dejarnos de vuelta en el hotel solo 12 horas despues. Seguiremos informando.

Paqarin Kama

2 comentarios sobre “Las llamas de Machu Pichu

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  1. ¡¡Que envidia de viaje!! ¿Sabíais que una de las monedas incaicas era la Chaquira? es una concha del pacífico base del comercio de los Incas y dependiendo de las corrientes marinas había más o menos chaquiras y había entonces inflación o deflación. De ahí supongo que sacaría su nombre artístico la de barranquilla 😉 De algo tenía que acordarme después de una Licenciatura en el asunto…Allinlla ñan! Buen viaje!

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