El Mekong y el turismo de miseria

Su-sa-dey, queridos lectores
Como decíamos ayer, hoy nos tocaba un paseo en barcaza por el rio Mekong, de evocador nombre para los aficionados a las pelis de guerra porque en su delta, en Vietnam, hubo una carnicería tremenda cuando la guerra, de la cual se ha hablado mas y mejor de lo que yo pueda contar, así que hoy no habrá introducción histórica. Nos han recogido a las 9 para llevarnos al embarcadero y montarnos en una barcaza fluvial enorme, solo para nosotros dos. Es lo bueno de viajar con la agencia con la que siempre vamos, la sensación de exclusividad. Tambien se lo cobran con creces, que ya sabemos que aquí no se regala nada, pero en fin, da gusto.

Según el programa, uno de los objetivos de la excursión era ver las famosas «aldeas flotantes» del río, donde la gente vive de la forma tradicional dedicándose a la pesca y el comercio. Como puede verse en la foto adjunta, a mi mas bien me parecen poblados gitanos donde la gente sobrevive de la mendicidad y el robo de cobre. En las dos horas y media que hemos tardado en llegar al destino hemos podido ver unas cuantas de estas aldeas, con los niños chapoteando desnudos entre la basura y el barro mientras nos saludaban alegremente. Entre aldea y aldea tambien hemos podido ver unos cuantos templos budistas pegados al rio que, aunque al final todos te parecen iguales, son bastante espectaculares. Y un poco mas allá unas cuantas mezquitas, porque es una zona de mayoría musulmana a pesar de que sólo son el 3% de la pobación.

Nos han desembarcado en lo que, desde el barco, parecía la mas miserable de esas aldeas. En tierra, vista de cerca, lo era aun mas. El amigo Thie se ha puesto a andar siguiendo lo que podría llamarse la calle/barrizal principal, con Elena y yo detrás de él muy pegaditos el uno al otro con cara de turistas avezados que no se dejan impresionar por una visita a la Cañada Real o a las Barranquillas, mientras el muy cachondo se dedicaba a saludar alegremente a los pintorescos aldeanos. Por un momento he llegado a estar seguro de que el canalla de Thie había pactado una comisión con el patriarca local de lo que sacaran de vender nuestros riñones en el mercado negro de órganos…

Pues al final, pese al aspecto miserable del entorno, la excursión me ha parecido la mas interesante del viaje hasta ahora. Resulta que el pueblo (llamado Konpong Louang) se dedica, desde tiempo inmemorial, a la artesanía de la plata y el cobre. Desde luego, la forma de vivir o trabajar tampoco ha cambiado desde la mas remota antiguedad, porque las familias se dedican a darle martillazos a los trozos de cobre sentados sobre el barro de debajo de las casas que están construidas sobre pilotes por las inundaciones periódicas, y la gente tampoco parece haber perdido el aspecto «edad de bronce». El caso es que son amables y te dejan ver como trabajan. Hasta hemos comprado una fruslería en la única tienda del pueblo digna de tal nombre. Ni siquiera me he atrevido a regatear (aguantando la bronca de Elena por no haberlo hecho) y he pagado sin rechistar los 10 dolares que me han tangado por una cajita de plata con forma de elefante. Hombre, para eso es uno turista, para que lo timen de vez en cuando…

Ahora, lo que el amigo Thie (que poco a poco va cayendo mejor) nos ha enseñado despues me ha parecido tremendo: Un templo (aquí «templo» debe entederse como «complejo de edificios religiosos», incluye el templo propiamente dicho, un cementerio y unas cuantas estatuas de buda en diversas posturas de meditación, todas ellas transmitiendo gran sensación de paz y serenidad) al que no van turistas bastante espectacular. La foto adjunta correponde al cementerio, frente al cual puede apreciarse una típica barca ceremonial de las que se usan para celebraciones diversas. Por supuesto, como en todo templo budista que se precie, tambien había unos cuantos monjes que se han limitado a levitar por el jardín ignorándonos por completo a nosotros, pobres materialistas esclavizados en una vida vacía y oscura… Durante el regreso, he intentado acercarme un poco al estilo de vida del monje budista y me he echado la siesta sobre la cubierta superior del barco, eso sí, meditando profundamente sobre la vida y su sentido

Reseña Gastronómica La comida ha sido a bordo, de rancho, nada que contar salvo que dudo mucho que el pescado que nos han dado fuera comestible, sobre todo despues de saber que aqui se comen, casi a diario, los peces gato que en España se consideran una plaga dañina. La cena ha sido otra cosa. Hemos estado en un sitio llamado Riverside bistro, muy frecuentado por nosotros, los miembros de la colonia internacional de Phnom Penh. Rollitos de primavera (completamente distintos de los de los chinos de España), Grilled Kebab con Lemon Grass (rico y exótico) y un típico snitzel alemán de pollo con puré de patata bastante notable. Nos hemos desmelenado y hemos decidido cambiar de marca de cervezas: Cambodia Lager (en botellón de tres cuartos de litro) y Phnom Penh. Ambas tienen un toque afrutado en primera nariz, pleno al paladar en boca y con un final osado y atrevido, pero sin secuestrar el sentido al catador. El retrogusto trae aromas de regaliz y cereal. En realidad, la Angkor y la Tiger podrían compartir estas notas de cata porque todas me saben exactamente igual…

Adios a Phnom Penh. Mañana nos recoge el canalla de Thie a las 7:30, que tenemos 5 horitas de carretera hasta Siem Reap, el pueblo donde esta Angkor (el templo, no la marca de cerveza), así que espero mandar mañana crónica de visita monumental espectacular.

Li-E, buen fin de semana a todos

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