Los mil y un budas de Sanjūsangen-dō

Litros he sudado hoy. Litros. Y eso que no ha pegado el sol demasiado, gracias a que había bastantes nubes, que si no el día hubiera sido insoportable. Creo que es la humedad, porque lo mío no es normal. Yo, que normalmente sudo menos que un lagarto, llevo todo el día salpicando por la calle. Así ha pasado, claro, que hemos tenido que comprar aguas y aquarius cada poco tiempo. Una de las mejores cosas de Japón son las máquinas expendedoras de bebidas que hay por la calle. Están por todas partes, funcionan perfectamente y a menudo te salvan el rato. Vamos al lío diario.

Hoy ha sido nuestro último día en Kyoto, así que hemos aprovechado para ver las dos o tres cosas más importantes que nos quedaban por ver. La primera visita del día ha sido a un recinto religioso que se llama Kiyomizu-dera (清水寺 para entendernos). Dentro hay un templo bastante curioso en el que los pocos turistas japoneses que van rezan con gran fervor a unas cuantas estatuas de Buda y demás divinidades. Se pueden ver también un par de pagodas y un famoso balcón sostenido por pilotes de no se cuántos siglos de antiguedad. El sitio es una preciosidad y lo tienen perfectamente conservado. Lo malo, como siempre aquí, es la horda inmensa de chinos que todo lo ha invadido y todo lo ha ensuciado. Van por la calle arrasando cuánto ven como una plaga bíblica…

Afortunadamente parece que se suelen quedar todos allí arriba (el templo están en la falda de una colina que domina la ciudad) porque bajando de ahí se pasa por un par de calles muy famosas que han conservado como en la antiguedad, en las que (como no podía ser de otra forma) ahora hay tiendas de souvenirs en lugar de casas de té, y casi ningún chino. Sólo unos pocos turistas vestidos con kimono arrastrando los pies dentro de unas incómodas chanclas de madera. Todo forma parte de una costumbre reciente de timar a los turistas con algo llamado Total Kimono Experience, que consiste en que te alquilan un traje típico para que puedas dar un paseo por la zona haciendo el ridículo como Buda manda. No pueden ni andar los pobres…

Saliendo del barrio nos ha sorprendido (bueno, no mucho, para ser sincero) la hora de la comida y hemos encontrado otro de esos tugurios en los que tanto nos gusta meternos. Un diminuto sitio de dim sum y dumplings, las famosas empanadillas chinas rellenas. Cómo será la cosa que hasta te dan una hoja con instrucciones (en inglés) sobre la forma correcta de comerlas: Se ponen en una cuchara, se les da un mordisquito para que salga la sopa caliente que llevan dentro, te bebes esa sopa y te comes el chisme. Doce nos hemos apretado…

Lo de la visita siguiente ha sido otra de esas cosas de caerte de culo. Nos lo había recomendado el guía del otro día y como pillaba relativamente a mano nos hemos ido para allá. El sitio se llama Sanjūsangen-dō (o sea, 三十三間堂), es un templo budista que, en una galería de no menos de ciento y pico metros de largo tiene 1001 estatuas de buda. Todas con la misma postura y el mismo tamaño, pero cada una con una expresión diferente en la cara y cada una con ropas distintas. Cada una tiene su propio nombre (hay una pantalla en la que puedes ir pulsando para que los veas) y te tiras ahí un buen rato con la boca abierta. Está prohibido hacer fotos, pero como nos han dado un folleto en la puerta con una, os pongo aquí el aspecto del lugar:

Ni un chino había allí, oiga, apenas una docena de visitantes, con lo que la visita se disfruta enormemente. Si no fuera por el calor, el humo del incienso y la humedad asfixiante que hay ahí dentro, parece que no hayan ventilado el edificio desde que lo llenaron de budas…

De ahí nos hemos ido a descansar un rato al hotel, que tanta actividad cultural le deja a uno agotado. Cuando ya ha bajado un poco el sol nos hemos puesto en marcha otra vez, a comprar los últimos souvenirs y acercarnos a cenar a un famoso callejón llamado Pancocho, lleno de auténticas casas de comida locales con más años que los budas del templo de arriba y en los que no hay cenando ni un sólo japonés. Sólo turistas. Al menos hemos cenado bastante bien, una barbacoa de carne de Kobe que te haces tú mismo en una parrillita que te ponen delante. Vale una pasta, pero la verdad es que está bastante buena…

Y esto es todo desde Kyoto. Una ciudad fascinante tan llena de cosas interesantes que harían falta muchos más días para poder verlas todas. Pero oye, tenemos el tiempo que tenemos, así que lo hemos aprovechado lo mejor que hemos podido. Mañana volvemos a Tokyo, que tenemos allí un día y medio más antes de volver a casa. Seguiremos informando.

Luis-san y Elena-san

Deja un comentario

Blog de WordPress.com.

Subir ↑