Una noche en la ópera

Bueno, en realidad ha sido una mañana en la ópera, pero no podía dejar pasar la oportunidad de hacer el chascarrillo fácil. Ya me conocéis. Vamos con la crónica.

Nos estamos metiendo unos madrugones tremendos, no porque tengamos que estar pronto en algún sitio sino porque cuando volvemos al hotel después de un día de turismo llegamos tan reventados que caemos en la cama rendidos a las 10 de la noche, y claro, antes de las 7 ya estamos en pie preparados para lo que sea. Ayer, después de mandar el primer post del viaje sobre las 9 y media nos pusimos en marcha hacia la parte antigua, que nos pilla como a 30-40 minutos de agradable paseo. Fuimos esta vez siguiendo un camino que usa Elena para salir a correr por las mañanas y que bordea toda la península que hay entre nuestra ría y la bahía de Sidney y que, cuando llegas al final te regala unas vistas increíbles del grandioso puente de la ciudad y el famoso edificio de la ópera. Ayer estuvo lloviendo casi todo el día, aunque más que lluvia es una llovizna meona, muy gallega, que ni siquiera molesta. Nada que no solucione una gorra y un chubasqueiro de turistas.

A las 12 teníamos entradas para la ópera. No para ver una ópera, se entiende, sino para ver el edificio en sí. Te enseñan un par de teatros de los cuatro o cinco que tiene dentro y una de las dos salas grandes, además de inundarte de datos inútiles sobre el número de baldosas que la recubren, lo que se les fué de presupuesto y de plazos. O sea, lo mismo que en todas partes. De todas formas es un edificio impresionante. En realidad son dos, uno dentro de otro, porque lo construyeron dos arquitectos distintos, uno para la parte de fuera y otro para la de dentro, y pensaron que la mejor forma de que no se estorbaran entre ellos era que cada uno trabajara por su cuenta. La cosa les quedó bastante aparente al final. Aparente no le hace justicia, la verdad. Es sin duda uno de los edificios más famosos del mundo, y con razón. Muy espectacular.

Comimos allí mismo, unas empanadillas chinas bastante dignas que dan en un bar del semisótano del edificio, abierto a la bahía. No gran cosa, pero después de los desayunos que nos apretamos en el hotel la verdad es que a mediodía no tenemos mucha hambre. Hoy además la comida frugal estaba justificada porque la segunda actividad del día era una de esas cosas que nos encantan: Tour guiado de comida china. En el Chinatown de Sidney, muy cerca del hotel. Te dan una vuelta por el barrio contando un par de hechos históricos sin el menor interés y te meten en tugurios infames, en los que jamás se te ocurriría entrar a ti solo, a comer cosas de aspecto dudoso en un entorno de higiene cuestionable. Muy divertido. Esta vez no íbamos sólo nosotros, venían dos matrimonios de americanos (Ohio y Seattle) de avanzada edad y graves problemas de movilidad que han animado mucho los paseos escaleras arriba y abajo de los restaurantes. Al menos el de Seattle me ha invitado a una cerveza, porque al guía (un chavalín de 20 añitos que aún estaba en el instituto cuando la pandemia) ni se le había ocurrido. La comida que nos han dado no ha sido muy exótica tampoco. Unos tallarines (de pollo y cordero) bastante normales, unas empanadillas fritas reguleras, y un plato malayo de nombre irrecordable con arroz, curry de ternera picante y cacahuetes bastante digno. ¿Lo mejor? la cantidad de sitios con aspecto prometedor que vimos de camino y a la vuelta.

Para mañana (hoy para nosotros) tenemos pensado ir a un par de museos (una especie de Faunia y un museo de la armada) que hay al lado del hotel porque aunque no llueve está el día nubladote y yo, la verdad, estoy un poco harto de andar. Total, no hemos visto aun ni un sólo famoso por la calle. De Mel Gibson ni rastro.

Seguiremos informando.
Luis y Elena

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