El Calafate y el glaciar Perito Moreno

Nunca, en los mas de 30 paises que llevamos vistos en todos estos años habíamos estado tan al sur. Estamos a una hora y pico en avión, menos de 1000Km, del Cabo de Hornos y Usuhaia, en la Patagonia, tierra de leyendas sobre exploradores indomables, navegantes intrépidos, climas inhóspitos y enormes estepas desiertas. Hoy en día, como ya imagináis, es un destino turístico totalmente civilizado y accesible. Hagamos la habitual introducción histórica para ilustrar el tema, y nos centramos un poco. 

Esta región, la mas meridional de Argentina, estuvo prácticamente deshabitada desde siempre, salvo algunas tribus indias con muy poca población, debido sobre todo a un clima insoportable, de escasas lluvias, poca vegetación, casi nada de caza y tierra no cultivable. Es un páramo inhóspito barrido por un viento andino inclemente, que en su día fue colonizado, no os lo vais a creer, por astorganos, y por ello aun se habla de «maragatos» al referirse a los primeros colonos de la Patagonia atlántica (https://es.wikipedia.org/wiki/Maragato#Maragatos_en_América). Ciertamente, el paisaje es muy parecido a la Maragatería, para los que lo conocéis, una llanura seca en la que apenas crece nada más que arbustos y matojos. La madera de uno de esos arbustos, llamado «calafate» servía para reparar («calafatear») los barcos rudimentarios con los que los exploradores españoles llegaban hasta aquí, y por eso se llama El Calafate el pueblo en el que estamos.

Según nos ha contado la guía turística, El Calafate ha doblado su población en los últimos diez años, y hoy en día es una ciudad totalmente volcada en el turismo. La principal atraccion, y a eso iremos despues, es el glaciar Perito Moreno, y la gran oferta de actividades de trekking y demás atracciones para colgados campestres y asilvestrados de los que disfrutan haciendo el cabra por el campo, jugándose el tipo en el monte. Aparte de numerosos japoneses con cara de despistados (ya sabéis que los japoneses, en realidad, son de origen extraterrestre), se ve mucho tiradete mochilero, lleno de piercings y rastas haciendo dedo en la carretera. Por lo demás, El Calafate es una ciudad bastante divertida, llena de tiendas bares y restaurantes de cierto nivel, todos con wifi y cartelito del tripadvisor en la puerta.

Llegamos ayer a mediodía, despues de un vuelo de tres horitas de nada desde Buenos Aires. Con el resto del día libre por delante, y una lista del foursquare a mano, hicimos un primer paseo orientativo bastante prometedor. Es decir, recorrimos la calle principal hasta encontrar una bonita terraza de un bar llamado Cervecería Artesanal Chopen (tal como suena), donde daba un solecito muy rico. Eran las 4 y media pero mira, sólo llevábamos dentro la birria de sandwich del avión, así que nos tiramos allí sentaditos un par de horas tomado el sol patagónico en la glora, comiendo empanadas. Nada mas sentarte te traen una degustación de sus seis cervezas en vasitos pequeños para que elijas, y según la simpática camarera hasta tienen maestro cervecero desplegando toda su creatividad en el almacén de la parte de atrás. De la cena os cuento despues en la sección fija del blog…

Hoy teníamos programada la actividad estelar de la zona, una excursión de todo el día en el glaciar. Nos han recogido venido a buscar a las 9 y pico en un minibus de aspecto un tanto decrépito, en el que todos los turistas eran españoles salvo una pareja de hindúes a los que la guía tenía que andar traduciendo al inglés las explicaciones. Nada mas salir del pueblo la policía pone un control en el que paran a todos lo autobuses turísticos para pedir documentación, supongo que para evitar los operadores piratas o algo así. El caso es que al nuestro le faltaba un papel, y no nos dejaban pasar, así que ha habido que volver al pueblo a cambiar de vehículo entre las protestas de un grupo de chicas que tenían que coger tomar un vuelo a las 7 de la tarde y andaban un poco justas de tiempo. Nada, ningún problema, cambio de autobús y andando.

El viaje desde El Calafate al glaciar sólo lleva una hora escasa, y por el camino te van contando lo del arbusto y demás informaciones de gran utilidad para nosotros los blogueros. Hasta se ven los exóticos cóndores volando por encima, que es un pájaro de un tamaño desmesurado y muy vistoso de ver. Del resto de fauna de la zona (guanacos, que son una especie de llamas, pumas y zorros) ni rastro. Una pena, seguro que ver un puma hambriento persiguiendo un guanaco desesperado hubiera sido emocionante…

Y en medio de ese páramo estéril vacío de pumas y guanacos, hay un enorme lago llamado (con gran imaginación) Lago Argentina, al pie de las montañas, en el que desemboca el famoso glaciar. Al doblar una curva de la carretera, el conductor baja la velocidad para que los turistas podamos, todos al mismo tiempo, soltar exclamaciones de admiración al verlo por primera vez: Un muro de hielo azulado de 3 kilómetros de ancho y 40 metros de altura encajado en un valle justo enfrente. El Perito Moreno debe su nombre al perito (en el sentido de «experto» o «especialista») Francisco Pascasio Moreno, un explorador argentino del siglo XIX que fue uno de los primeros en recorrer toda la zona. La excursión es muy espectacular, te montan primero en un catamarán para acercarte a la pared, y ver de cerca los desprendimientos que suceden cada pocos minutos. Primero suena como un trueno, todos los turistas se dan la vuelta apuntando con sus móviles, y entre enormes crujidos ves caer trozos de hielo del tamaño de una casa envueltos en enormes nubes de agua. Muy vistoso.

Despues de desembarcar te sueltan en un laberinto de pasarelas que han construido a lo largo del acantilado que hay enfrente, dónde te tiras pasas un par de horas de paseo, con un ratillo en medio para comer el pack de picnic que nos prepararon en el hotel (y de cuyas cualidades culinarias no voy a hablar porque no merece la pena), y observando con gran atención el famoso arco de hielo que comunica los dos brazos del lago y que, cuando se derrumba, sale en todos los telediarios. Me imagino que debe ser un espectáculo, ver semejante cantidad de hielo venirse abajo entre enormes explosiones. Hoy no se ha derrumbado, pero todo el glaciar, incluso a los 300 o 400 metros de distancia desde la que lo veíamos, cruje y truena continuamente. A veces se oyen incluso explosiones internas, cuando los trozos de hielo se rompen unos encima de otros. Una excursión tremenda, sinceramente…

Nos han dejado en el hotel de vuelta a la fantástica hora de las 5 de la tarde. Digo fantástica porque una de las mejores cosas que de estar en ésta latitud y en ésta época del año es que el sol de pone casi a las 10 de la noche. Eso, sumado a la agradable temperatura que hace (unos 17º), nos deja por delante una tarde entera para pasear, ver tiendas y tomar cervecitas en bares turísticos perfectamente equipados y con conexión a internet. No hay nada como la civilización después de una excursión campestre. Vamos con lo que os interesa:

Reseña gastronómica

En la Patagonia debía comerse de pena hasta que llegó el turismo. Hoy en día se come de maravilla. Eso sí, hay que venir documentado de antes, que si no te arriesgas a caer en trampas para turistas como hemos estado a punto de caer hoy: Nos hemos levantado de la mesa de un restaurante (en el que teníamos hasta reserva) cuando nos han traído la carta, diciéndole a la desconcertada camarera que nos habíamos equivocado. Un listo que tiene un local pintoresco pero muy pequeño (y que decía tenerlo lleno) nos ha mandado a su «segundo local» contando que la comida era la misma cuando en realidad no lo era. Olvidémoslo…

Anoche cenamos en un sitio fenómeno, una cabaña pequeñita que es un restaurante familiar llamado La Zaína. De primero «chinchulines», que son tripas de cordero fritas con ajo, crujientes y deliciosas. Yo me apreté de segundo un estofado de carne a la cerveza negra espectacular (mi amigo Leandro recordará el que nos trajinamos en Gante, pues éste era una cosa parecida pero menos contundente, mas fino) y Elena unos raviolis rellenos de cordero con los que sigue soñando al día siguiente. Tremendo sitio…

Hoy, despues del incidente con el falso segundo local, hemos encontrado por fin el sitio adecuado para comer el famoso cordero patagónico, que es lo que en el norte de Leon llaman «a la estaca», es decir, cordero asado al fuego vivo (no en horno), abierto en canal y pinchado en un palo. Te lo traen en un plato de hierro caliente a la mesa, envuelto en una escandalera humeante de grasa chisporroteante. Puro colesterol maligno que sabe a gloria…

Mañana tenemos casi todo el día libre, hasta las 5 que nos recogen vienen a buscar para llevarnos al aeropuerto, así que iremos de compras de souvenirs variados. Yo ya tengo mis dos pins, con lo cual el resto es rutinario. Si hay aventuras dignas de contar lo haremos desde Buenos Aires. Abrazos

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