Hoy no hay estadísticas. No me da la cabeza. La única es que salimos del hotel a las 10:45 (nuevo record) y hemos vuelto casi 12 horas despues, aplastados por el bochorno asfixiante que se ha levantado despues de la tromba de agua de media tarde, cargados de compras como los paletos de pueblo cuando vuelven de Madrid, y sudados como pollos. Eso sí, lo hemos pasado hoy como enanos. Vamos con la crónica.
Hay un sitio casi en las afueras de Kuala Lumpur llamado Batu Caves del que hablan todas las guías turísticas de Malasia, al que es fácil llegar en transporte público desde el centro de la ciudad, y como ya casi hemos agotado las visitas obligadas, hemos decidido despues del desayuno irnos para allá. Tenemos una parada del moderno monorail elevado de la ciudad muy cerca del hotel, y la verdad es que muy fácil moverte con él. Casi mas fácil que andando, porque ciertamente éste es un sitio incómodo para los peatones. Para empezar las calles no son rectas (al menos en nuestro barrio), no hay manzanas en el sentido civilizado del término, y es un follón orientarte. Cruzamos las calles a la brava (esto es, corriendo sin mirar mucho), porque la mayoría de semáforos no funcionan. Total, tampoco les iban a hacer caso, ¿para qué los van a encender? Los pasos de cebra no son vinculantes para los coches, así que tampoco sirven de mucho. Añadid el que la semana pasada organizaron una carrera de coches urbana y tienen aun media ciudad vallada como si fuera Mónaco durante el gran premio de fórmula 1, lo cual dificulta aún mas el andar por la calle. Cuando llueve es algo mejor para andar, porque el colapso circulatorio es de tal calibre que no se mueve un coche, y resulta mas fácil cruzar. Sólo hay que tener cuidado con las numerosas motos, esas escúters de 100cc que pululan por todas las ciudades de Asia como moscas, y que cuando hay atasco no tienen problema en circular por las estrechas aceras sorteando peatones despistados.

Total, que en poco mas de media hora nos hemos plantado en las afueras, en un sitio muy turístico llamado Batu Cave, que es un complejo de lugares sagrados para los budistas. Justo al salir de la estación de tren hay una cuevecilla que han llenado de estatuas contando algún tipo de historia sagrada de la que no hemos entendido nada, básicamente por la risa que nos ha entrado al ver la composición central que podéis admirar en la foto adjunta. Nótese la expresión facial del santo, capturada con gran realismo en lo que parece ser su funeral despues de una borrachera monstruosa, y el gran lujo de detalles hiperrealistas de sus características físicas: Bigote, barriga, tetas y dientes. No me cabe duda de la gran altura espiritual del personaje, si para relatar su vida y milagros han llenado una cueva entera con cientos de estatuas, pero al artista habría que atarlo a un poste en la plaza pública para que la gente le tirara tomates durante días, por hortera…

Todo este sitio está al pie de un acantilado enorme, en cuya cima hay unas cuevas (que, como habréis adivinado, se llaman Batu Caves) a las que se llega subiendo una escalera de nada menos que 270 escalones. No se me ha dado mal del todo, a pesar de mi lamentable estado de forma física y el calor insoportable que hacía. Todo es cuestión de hidratarse, encontar tu ritmo y respirar profundamente. La subida se hace mas amena porque la zona está llena de monos, unos bichos pequeñajos que a Elena le dan mucha grima, y que han desarrollado una apreciable habilidad para robar cosas a los sudorososo y jadeantes turistas que suben penosamente la escalera. Cada poco oyes los chillidos de las japonesas con sombrillita y lazos a las que algún mono cabrón avispado les ha saltado encima para mangarles el agua. Nosotros, que antes de ir a cualquier sitio nos hemos documentado profusamente, llevábamos todo bien escondido. Ciertamente, los bufidos de Elena en cuanto se acercaba algún mono también han ayudado.

Hemos llegado arriba con gran sensación de satisfacción personal (que suene por favor la música de Rocky) y la verdad es que el sitio es bonito. Un poco guarro, pero entre los monos, las palomas, los turistas, los monjes que no limpian nada (sus meditaciones sobre Shiva y Ghanesa no les permiten dedicarse a tareas mundanas, bastante tienen con levitar como para andar recogiendo papeles), y que la visita es gratis, no es de extrañar. No se lo tendremos en cuenta… A la vuelta hemos comido en la sección de restaurantes del centro comercial de la estación, japonés de comida rápida. No ha sido gran cosa, pero con la hora que era y el sito dónde estábamos, no ha estado mal en general. Sushi y ramen de diario, bastante digno.

Teníamos pensado pasar la tarde en el famoso Chinatown y su no menos famoso mercadillo de productos falsificados, en la aún mas famosa calle de Jalan Petaling (porque todo el mundo ha oido hablar de esa calle, ¿verdad?). Yo, que prefiero una condena a trabajos forzados en las canteras de piedra siberianas antes que ir a un mercadillo, he acabado pasándolo como un enano. Lo del regateo es bastante incómodo, pero acabas cogiéndole el tranquillo. Y, francamente, me encanta ver la cara de ofendido que pone el vendedor cuando dices tu precio. Sólo les falta tirarse del pelo y rasgarse la camisa. Y al final te acaban timando de todas formas, pero en fin, para eso estamos los turistas. Durante la pelea a brazo partido con el chino de los relojes (el que se de por aludido, que le diga a su cuñado que lea el blog. Y que ponga algún comentario. De nada…) se ha vuelto a abir el cielo, con lo que al mogollón y caos habitual se ha añadido la tromba de agua. Una risa.
Debido a la intensidad de actividad física de la jornada, parecía apropiado rematarla con la necesaria reposición de líquidos y sales minerales, y como todo el mundo sabe, la mejor forma de hacerlo no son los zumos macrobióticos, ni las bebidas isotónicas ni el jugo de alcachofas silvestres: Es la cerveza. Junto con la fabada en lata y la siesta, es el mayor invento de la humanidad, así que para rendirle el merecido homenaje, nos hemos vuelto al Taps Beer Bar, que nos pilla cerca del hotel y tiene una terraza muy agradable desde la que disfrutar mirando el atasco total en el que se convierten las calles mientras discutes sobre las diferencias entre las Imperial Stout y las Black IPA. Así somos los gourmets, que le vamos a hacer…
Mañana no vamos a hacer ninguna visita turística, es nuestro último día entero en Kuala y me han hecho saber que nos estamos quedando muy escasos de compras y tiendas, así que no se qué chorradas tendré que inventarme para rellenar el post del día. Ya os contaré
Selamat Malam
Perdona, Ángeles pero los de Pekin Express, tuvieron que subir los plátanos en el primer episodio; que todavía estaban Culi y Nene. Los que tuvieron que subirlos (los plátanos) tenían que subir los 777 escalones del Monte Popa.
Me gustaMe gusta
Como molan las figuras. Por favor no nos dejes sin blog mañana. Besos. Olga
Me gustaMe gusta
Qué chulo todo. Y, como dice Olga, necesitamos post mañana!!!! No sé si habíais visto Pekin Express este año pero los concursantes tuvieron como prueba subir esos escalones y decir la cifra exacta de ellos arriba del todo y algunos de ellos tenían que llevar una cesta de plátanos que no podían robar los monos y que tenía que llegar intacta arriba del todo. Algunos tuvieron que repetir la pruebas 3 veces!!! Besitos. Angeles
Me gustaMe gusta