Bula bula, queridos lectores:
Hoy ha sido nuestro último día de buceo aquí, y como sabemos que las historias épicas sobre inmersiones heroicas no os interesan nada, os vamos a ahorrar los detalles. Si habéis llevado la cuenta (lo habéis hecho, ¿verdad?) nos vamos de Fiji con diez inmersiones diez, seis de las cuales han sido de las de dar de comer a los tiburones, y aunque hacer seis veces lo mismo puede sonar monótono, lo cierto es que no te cansas de ver semejantes monstruos al alcance de la mano, literalmente.
Aforo completo hoy a bordo, los amigos del centro de buceo han llenado los dos barcos que tienen. Veinte buzos en el agua (atasco total), mas los cinco o seis encargados y el dueño del cotarro, un señor bastante mayor, ex-banquero suizo que hace once años se hartó de engañar a sus clientes (según sus propias palabras), dejó el trabajo y se vino a la otra punta del mundo a montar el chiringuito. Antes de zarpar incluso me ha ofrecido ponerme con ellos «beyond the wall», esto es, bajar al ruedo para ver el espectáculo aún más de cerca, porque había visto ayer en mí a un buen buceador. Os lo juro, han sido sus palabras literales. Sinceramente, por mucho que me lo digan y por mucho que me halague el cumplido, hay dos cosas en las que uno nunca deja de ser novato, o al menos nunca debe dejar uno de creerse novato: Las motos y el buceo. Así que he declinado amablemente la oferta y Elena y yo nos hemos vuelto a tumbar juntos en el fondo a discutir por gestos sobre la maldita cámara de fotos submarina y a quién le toca llevarla, polémica que nos da mucho juego al salir y aporta pimienta y vidilla a nuestra relación…
Hoy, en la primera inmersión, he subido el primero del grupo, no sólo porque debido a mi lamentable forma física suelo ser el que más aire consume, sino también por adelantarme un poco al previsible atasco para subir al barco, viendo los golpes que nos hemos dado entre los veinte cada vez que había que moverse. Uno de los guías me ha acompañado hasta la misma escalerilla de subida, y cuando jadeando (los mas de 20 Kg que llevas de equipo encima pesan una barbaridad fuera del agua, y mas cuando están mojados) he conseguido subir un par de peldaños, me encuentro con la cara sorprendida del capitán del barco, que me pregunta qué quién soy yo. ¿Pero esto qué es? ¿Me han subido al barco equivocado? Y encima el tío me dice que espere un momento (ahí, agarrado a la escalerilla con las gafas, el regulador, los plomos…), que va a comprobar la lista. Total, que me tocó echarme otra vez al agua y nadar hasta el barco correcto. No preocuparse, no estaba lejos y ha sido una anécdota divertida que comentar con los simpáticos y dicharacheros guías fijianos (¿fijienses?, ¿fijineños?) en el descanso para fumar…
Ah, ahí en el descanso, aparte de la confusión de barco, la estrella ha sido el neoyorchino, porque mientras los turistas normales nos intercambiamos tabaco por dientes de tiburón con los locales, el tío se planta tan ancho en la popa con un cigarillo electrónico. Los de aquí no habían visto semejante artilugio en la vida, y el pobre chaval se ha tenido que tirar un rato explicándoles qué era, y dándoles a todos a probar. Claro, el primero que lo ha intentado se ha quedado un poco chafado porque el chisme estaba apagado, y cuando el neoyorchino le explica que tiene que encenderlo dándole a un botón, el indígena se partía de risa:
– ¡¡JAJAJAJAJAJAJA!! ¿Encenderlo? ¿Con un botón? No fastidies… Y qué es este tubo negro?
– Ah, eso es la batería
– ¡¡¡¡JAJAJAJAJAJAAAAAAA!!!! ¿Esto lleva una batería?
– Claro, y se carga por USB…
– ¡¡¡JUAJUAJUAJUAAAAAA!!! Y que, ¿esto se permite usar en los sitios dónde está prohibido fumar?
– Pues no, también está prohibido en todas partes…
– ¡¡¡¡JOJOJOJOJOJOJO!!!! ¿Y entonces porqué no fumas tabaco normal como todo el mundo?
– Bueno, es que estoy intentando dejar de fumar y…
– ¡¡¡JASJAJASJAJASJUAAAAAAS!!!
Ahí es cuando el pobre neoyorchino se ha dado cuenta de que le estaban bacilando con la cosa esa, porque ha puesto un poco cara rara. La situación, la verdad, me ha recordado un poco a las historias sobre conquistadores enseñando espejitos a los indios, salvo que ésta vez han sido los indios los que se han cachondeado a placer del urbanita gringo sofisticado, situación que a uno siempre le proporciona una cierta satisfacción íntima…
Al salir del centro de buceo he liquidado mi acuerdo de mercado negro con los guías locales que, entre efusivos abrazos y cordiales despedidas me han regalado un puñado de dientes de tiburón para llevar como souvenirs. Luego, despues de comer, aprovechando que ya hemos terminado con las actividades intensas estas vacaciones, teníamos hora en el spa del hotel para el tratamiento evocadoramente titulado «relax aromaterapia». No tengo muy claro en que consiste porque te tumban en una camilla de masajes, metes la cabeza (boca abajo) en un soporte especial y te encuentras, a un palmo de la cara, la banqueta dónde se sienta la terapeuta de 1,80 de alto y 120 Kg de peso que se encarga del asunto. Espero que aireen el cojín entre cliente y cliente, porque si no, esto de la «aromaterapia» no lo entiendo muy bien…
El caso es que ya hemos echado el día entre eso y las tres cervecitas de antes de cenar viendo un partido de rugby entre dos equipos de la liga neozelandesa, del que no nos hemos enterado de nada a pesar de incluso comentarlo con algún huesped que se ha acercado a preguntar cómo iban. Mi amigo Javier, que es muy aficionado, ha prometido llevarme a un partido para explicármelo, asi que le tomo la palabra. Yo pago las cervezas.
Hoy no hay fotos porque son igual que las de ayer y además la wifi del hotel va fatal desde la habitación, y las fotos tardan una barbaridad en enviarse. No obstante, sí que tenemos videos (mas tres horas me costó ayer subirlos al youtube), así que para el que tenga interés en hacerse una idea del aspecto de los monstruos de las profundidades marinas que hemos estado viendo, sólo tiene que pulsar en los siguientes enlaces:
Video terrorífico
Video aun mas terrorífico
Mañana es nuestro último día en Fiji, mandaremos crónica final como cada día. Saludos desde los mares del sur…
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